A Colo Colo, Damián Pizarro le cayó prácticamente del cielo. Encontrar un centrodelantero había sido, recurrentemente un dolor de cabeza hasta que la llegada de Juan Martín Lucero terminó con el estigma. El argentino se transformó en el goleador que los albos tanto buscaron y en poco tiempo se ganó la idolatría de los fanáticos. El problema es que su paso por el club terminó de la peor forma: se fue mientras en Macul habían ejecutado la opción de compra de su pase y, ahora, el lío se resuelve en la FIFA.
A los albos llegaron Leandro Benegas y Darío Lezcano. Ninguno de ellos ha logrado convencer plenamente. El primero venía precedido de un buen presente en Independiente, pero solo ha marcado tres goles en los nueve encuentros que ha disputado. El segundo cargaba el rutilante cartel de goleador del fútbol mexicano. Hoy, está virtualmente congelado por Gustavo Quinteros, quien lo le perdona haber llegado a destiempo desde un viaje a Paraguay.
Pizarro, en cambio, le ha solucionado varios problemas al estratega. De partida, porque le ofrece las cualidades que necesitaba. Y luego, por un tema reglamentario que Quinteros pretendía resolver de otra forma: los problemas disciplinarios de Jordhy Thompson, su principal carta para cumplir con la norma del Sub 21. Fueron esas circunstancias las que le abrieron un espacio en el equipo titular. El ariete, a quien pomposamente apodan El Haaland de Macul, se ha ganado el apoyo de los hinchas, a punta de una potencia que constituye una excepción para el fútbol nacional. El técnico lo ha respaldado incluso en la Copa Libertadores.
La asignatura a mejorar
Pizarro suma cuatro partidos en el Campeonato Nacional. Ha sido titular en tres, lo que grafica la confianza que pretende darle el estratega. Ha estado en el campo durante 247 minutos. Tres veces fue sustituido, por el desgaste que realiza. En la Copa Libertadores registra 155 minutos en dos duelos, ante Deportivo Pereira y Monagas. La extensión de su permanencia en la cancha, necesariamente, crecerá de acuerdo a su adaptación a la alta exigencia.
La irrupción del atacante genera la atención de los fanáticos. Primero, porque se trata de un jugador que se terminó de moldear en Macul, después de haber pasado por Universidad de Chile. Luego, porque valoran considerablemente el esfuerzo que realiza en cada encuentro, en los que deja hasta la última gota de esfuerzo en el campo de juego. Verle llorar después de haberle anotado a Cobresal, en el único gol que ha marcado en el profesionalismo, también generó una alta identificación.
Sin embargo, después del partido frente a Palestino, en las redes sociales hubo algunas anotaciones negativas. La mayoría, relacionadas con algunas deficiencias de Pizarro en la definición, que ya habían asomado tímidamente en el encuentro copero frente al Monagas, en el que el delantero tuvo una ocasión imperdible, un mano a mano con el golero Orlando Mosquera, que no resolvió adecuadamente. Ante los árabes, no logró concretar, pese a que dejó en la retina de los seguidores albos una jugada propia de sus mejores atributos. Y fue víctima del penal que Carlos Palacios transformó en el 2-1 transitorio.
Diagnóstico conocido
En Macul apuestan a que la mejor versión de Pizarro llegará pronto, cuando logre entender de mejor forma ciertas situaciones del juego que no maneja adecuadamente producto de su inexperiencia. Los hinchas, por ejemplo, sostienen que le falta tranquilidad. “Cuando la tenga, será un megacrack”, se lee en las plataformas virtuales.
El diagnóstico coincide con el que habían realizado en el club desde su etapa formativa. En las canteras albas, nunca dudaron de que recibieron un diamante en bruto desde el CDA. De hecho, su actual posición en el campo forma parte de una evolución futbolística. Antes jugaba por las puntas, donde se perdían sus principales potencialidades. En lo que ambas partes concluyen es en que a Pizarro aún le falta serenidad. “A veces, baja la cabeza”, sostienen en el laboratorio albo como síntoma de la falencia que mostraba por esos días. “Trataba de pasárselos a todos, porque el físico le permitía eso. Entonces, hubo que enseñarle a que definiera sin que perdiera esa actitud asesina que lo hacía distinto al resto. Le costó un poco, pero lo entendió”, explicaban cuando emergió con fuerza en el primer equipo.
Las consideraciones, en todo caso, constituyen una salvedad, pues la esperanza está puesta en lo bueno que ofrece. “Aprendió a usar su cuerpo para proteger el balón y aguantar a los defensas. Ese es un gran avance”, destacan, en relación al uso que le da a una envergadura poco habitual en un delantero chileno: 1,85 metros de estatura y 85 kilos. Un diamante en bruto que se debe seguir puliendo.
Original de La Tercera
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